Por Camilla Esposito
Kimberly nos recibe junto a su tío en la puerta de un edificio ubicado en una calle soleada del distrito de San Martín de Porres, al norte de Lima. El señor D. es beneficiario del proyecto ejecutado por Acción contra el Hambre, con el apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Perú y la Oficina de Población, Refugio y Migración del departamento de Estado de los Estados Unidos de América (PRM). Decidimos realizar la entrevista en el interior y, lentamente, subimos las cuatro rampas de escaleras que nos llevan a la pequeña y oscura habitación donde vive el señor D.
Lo que más preocupaba a Kimberly antes de recibir la ayuda de Acción contra el Hambre era poder cubrir los costos de los exámenes médicos necesarios para evaluar el estado de salud de su tío, quien, en septiembre pasado, ingresó al hospital quejándose de dificultad respiratoria, dolor estomacal y pérdida de apetito. El 10% de su pulmón estaba comprometido y presentaba una arritmia cardíaca severa, aunque aún no se había confirmado el diagnóstico de cáncer.
Como ocurre frecuentemente con los pacientes de linfoma no hodgkiniano, los síntomas más graves suelen aparecer en la última etapa de la enfermedad — estadio IV o metástasis — que, tristemente, es cuando muchas personas descubren que tienen cáncer. El señor D. “…estaba muy, muy mal en el hospital. Tenía oxígeno y una sonda en un pulmón, no podía hablar, no comía. Si yo no estaba, nadie le daba de comer”, nos cuenta Kimberly, sin ocultar su frustración. Ella es su única familia en Perú y, de momento, la sola persona responsable de su cuidado.
Ambos, de hecho, son originarios de Venezuela. Por eso, ingresaron o, mejor dicho, el señor D. ingresó, en el proyecto de Acción Contra el Hambre que ofrecía apoyo económico a la población refugiada y migrante con problemas de salud en Lima Metropolitana.
El Seguro Integral de Salud (SIS) del Ministerio de Salud (MINSA), que cubre gastos médicos como análisis, medicinas, y operaciones, es prácticamente inaccesible para los migrantes en Perú, debido a los requisitos que deben cumplirse. Según nuestra última encuesta, aproximadamente el 80% de la población venezolana no tiene acceso a ningún tipo de protección sanitaria. Y si, por el contrario, se pertenece a la minoría que cuenta con seguro, las largas esperas, la discriminación y la necesidad de realizar exámenes de forma privada, con los costos adicionales que esto implica, hacen que un acceso pleno y de calidad a los servicios de salud siga siendo una quimera para los migrantes en Perú.
En el caso del señor D., por ejemplo, fue posible llegar al diagnóstico de cáncer en parte gracias al crédito otorgado por Acción Contra el Hambre, dinero que sirvió para descartar la hipótesis de tuberculosis y cubrir muchas de las vitaminas y medicinas que le fueron recetadas.
Su estado de salud, complicado por la desnutrición, posible diabetes y anemia, sigue siendo crítico. Sin embargo, afirma sentirse mejor que cuando estaba en el hospital. Ahora respira sin asistencia artificial, puede comer y bañarse por sí mismo. No obstante, ha tenido que dejar su trabajo y le resulta difícil ver a sus amigos, ya que debe cuidarse para evitar infecciones. Con un sistema inmunológico debilitado por la enfermedad y la quimioterapia, incluso un simple resfriado puede ser fatal.
Nos quedan algunos minutos más con Kimberly antes de dirigirnos al hospital, donde su tío recibirá el segundo ciclo de quimioterapia. Aprovechamos ese tiempo para preguntarle más sobre ella. Con apenas 22 años, demuestra una fuerza y determinación admirables.
Sin inmutarse, nos cuenta que, aunque su vida ha cambiado radicalmente desde que surgió la enfermedad de su tío, se siente agradecida por la ayuda recibida. Su pareja, a quien menciona con una sonrisa, es su mayor apoyo en la nueva rutina que ha tenido que adoptar, dedicándose día a día a cuidar de ambas familias.
“¿Y no se siente sola?”, le preguntamos, conscientes del peso que lleva sobre sus hombros. Casi con vergüenza, nos confiesa que, aunque el sentimiento de angustia no ha desaparecido, ahora se siente mucho más aliviada. “Antes de recibir la ayuda de Acción Contra El Hambre, me sentía como en una burbuja, porque estaba sola [cuidando de él]”, hace una pausa. “Soy muy agradecida, tanto yo como mi tío, porque literalmente me ayudaron a salvarle la vida”.
Así concluimos la entrevista. Juntos, nos dirigimos hacia el Hospital Nacional Cayetano Heredia, donde nuestras rutas se separarán.
La historia del señor D. es solo una de las muchas que hemos escuchado desde que comenzó el proyecto ‘Apoyo para responder a las necesidades básicas de la población migrante, refugiada, en estadía o en tránsito’ en julio pasado. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), más de 1.5 millones de personas venezolanas han llegado a Perú, de las cuales al menos 500.000 han solicitado la condición de refugiados.
Frente a esa situación, en Acción contra el Hambre, hemos decidido intervenir. Durante los siete meses de ejecución del proyecto, terminado en febrero de 2025, llegamos a casi 10.200 personas, cubriendo sus necesidades más urgentes en salud y nutrición. Sin embargo, aún queda mucho por hacer, y en este momento estamos trabajando contrarreloj para conseguir más apoyo.
Esto es lo que también le decimos al señor D., mientras nos despedimos a la distancia. Estamos seguros de que, aunque el camino que le espera está lleno de obstáculos, con Kimberly a su lado, nunca los enfrentará solo.
La entrevista se llevó a cabo en octubre de 2024, por lo que los comentarios sobre el estado de salud del beneficiario que se presentan en este artículo corresponden a esa fecha y podrían no reflejar su situación actual.