Las amenazas que enfrenta el pueblo Awajún - Acción contra el Hambre Perú
 Las amenazas que enfrenta el pueblo Awajún

 Las amenazas que enfrenta el pueblo Awajún

Los desastres naturales y los derrames de petróleo ponen en peligro la supervivencia de uno de los pueblos indígenas más importantes de Perú.

 

“No claudicamos ni ante los incas, ni ante los españoles, ni ante la República”. Con este orgullo describe Gil Inoach Shawit la comunidad indígena de la Amazonia a la que representa, el pueblo awajún.

Conocidos por su compromiso con la defensa del territorio, los awajún representan el segundo pueblo indígena más numeroso de Perú, después de los Ashaninka. Son más de 70 000 personas que viven en 488 comunidades dispersas por las riberas de ríos amazónicos en los departamentos peruanos de Loreto, Amazonas, San Martín, Cajamarca y Ucayali.

Cada comunidad tiene un “Pamuk” o líder y Gil Inoach Shawit es el Pamuk territorial que engloba a todas ellas. Es la persona de mayor referencia y quien está construyendo los lazos con el gobierno para acortar distancias y crear políticas homogeneizadoras que reconozcan la personalidad jurídica del pueblo indígena.

La mayor preocupación de esta comunidad amazónica son los desafíos coyunturales a los que se enfrenta en la actualidad. “Tenemos una presencia desmesurada de minería ilegal, una deforestación descontrolada, cultivos ilícitos y la migración de colonos a la selva”, asegura Gil Inaoch. “A estos problemas hay que sumarle por un lado las inundaciones cada vez más presentes por el cambio climático y especialmente alarmantes con la llegada del fenómeno atmosférico de El Niño y, por otro lado, los derrames de petróleo producidos estos años en el oleoducto norperuano que atraviesa varios distritos y cuyas fugas contaminaron los ríos que vertebran el pueblo awajún”.

Gil reconoce el abandono que sienten a la hora de afrontar estos problemas. “En nuestro territorio hemos tenido derrames petrolíferos, desastres naturales, inundaciones… realmente no sabemos cómo proceder, a qué instancias recurrir o qué procedimientos adoptar. Nunca hemos recibido atención estatal y nuestros derechos como pueblo indígena han sido violados sistemáticamente. Las autoridades han ignorado el impacto ambiental que todos estos desastres han tenido sobre nuestros ríos y nuestras tierras de cultivo. Solo algunas ONG como Acción contra el Hambre nos están ayudando a crear planes de prevención y a abrirnos el camino para que podamos reclamar las ayudas y las medidas que merecemos”.

Llegar a las comunidades Awajún supone recorrer durante horas carreteras impracticables y caminos de tierra envueltos en una espesa vegetación, para llegar a alguna localidad desde la que tomar alguna barcaza que remonte el río Marañón. Es el caso de Imazita, un puerto fluvial lleno de embarcaciones que conectan con multitud de comunidades a través del río. Es la última parada en tierra firme antes de continuar por el río, lo que implica un tránsito caótico de camiones descargando materiales de construcción, oficinas desvencijadas, tiendas de todo tipo de suministros, coloridos restaurantes con la música bachata a todo volumen y multitud de personas que llegan o se van sorteando montañas de plátanos u otros cultivos recién descargados a orillas del río. Llega la hora de adentrarse en el río en una de las barcazas que se ofertan en la ribera. Navegar ríos amazónicos como el Marañón se convierte en una tarea dura y apta solo para expertos, que deben sortear las fuertes corrientes y esquivar a gran velocidad los troncos y las ramas que la crecida ha arrancado de la vegetación de las orillas. La fuerza del agua, los golpes en el casco y el daño que sufren las hélices cuando enganchan ramas y otros obstáculos hacen que las travesías sean cada vez más peligrosas y a veces, dependiendo de las crecidas y de la época del año, imposibles.

 

Río arriba atracamos en una pequeña playa que hace las veces de puerto de acceso a la comunidad de Wachapea. Junto al río se encuentra Jesús Saan, que tiene 49 años y es Pamuk de la comunidad. “Como autoridad de la comunidad mi principal objetivo es buscar apoyos por parte del estado y de las ONG para afrontar la problemática del derrame de petróleo, por eso hemos creado una plataforma de lucha con las otras comunidades que se enfrentan a la misma problemática”. Paseando por el poblado, Jesús recuerda tiempos pasados. “Ancestralmente teníamos un territorio libre de fronteras, pero llegaron las carreteras y los occidentales hispanoparlantes acabaron invadiéndonos. Nuestros ancestros lucharon siempre para retirar de nuestras tierras a los hispanohablantes y es gracias a esos pioneros que hoy día aún resistimos y estamos organizados para algún día recuperar nuestra vida sana. Porque desgraciadamente es nuestra salud la que está en peligro. El río Marañón antes era limpio y sano, ahora está amenazado por potenciales derrames de petróleo y los residuos sólidos que la población viene arrojando durante años desde el margen derecho del río, por falta de concientización. Con las lluvias, toda esa basura llega hasta el río que nos da de comer y que además es el espacio recreativo de nuestros hijos. Y es ahora cuando estamos viendo las consecuencias: sarpullidos, alergias, intoxicaciones y enfermedades que provienen principalmente como consecuencia del derrame de petróleo ocurrido en el 2013”, se lamenta Jesús.

“Petroperú se comprometió en hacer una limpieza de los derrames que tuvieron lugar, pero nada. Ni siquiera hicieron análisis del agua o de los pescados. Vinieron, nos escucharon, pero no hicieron nada al respecto. Nosotros, desde nuestra plataforma de lucha tuvimos que demostrar mediante analíticas la presencia de mercurio en sangre. Estamos ahora pendientes de una sentencia que hemos llevado a los tribunales”. Jesús se muestra esperanzado, pero es consciente de la marginalidad a la que se enfrentan día a día.

 

En la orilla del río un grupo de hombres, mujeres y niños preparan pollos para una celebración que tendrá al día siguiente. “El trabajo en equipo es la esencia de nuestra cultura”, comenta una de las mujeres mientras despluma las aves. Junto a ellos, a la espera de la llegada de alguna embarcación que le ayude a cruzar el río, se encuentra Iri Rosario Gamaza, un comunero de Wachapea. “El pueblo awajún tiene una cultura ancestral, pero ha ido evolucionando con los tiempos y esa flexibilidad ha sido posible con la educación y a la interrelación con otras culturas”, asegura Iri a la vez que algunos de los grandes problemas que afronta. “La agricultura es uno de los retos que tenemos pendientes.

Este clima es tropical lo que implica una riqueza en la tierra, pero también unos periodos de lluvias que son cada vez más largos y arrasan con todo. No tenemos la tecnología ni los medios para afrontar las inundaciones y esto acaba afectando a la alimentación y la salud de nuestro pueblo”, señala Iri. “No hay centros de salud cercanos y la medicina tradicional a veces no basta. A esto hay que sumarle que tampoco hay centros cercanos donde los jóvenes puedan formarse. Son muchos los problemas que convierten a la cultura awajún en una gran necesitada”, se lamenta antes de subirse al bote que lo llevará río arriba a otra de las comunidades. 

 

 

Varios kilómetros río arriba se llega a otra pequeña playa que da acceso a la comunidad de Nueva Salem. Allí, rodeados de una exagerada vegetación selvática, se abre un claro con algunas edificaciones de madera y una explanada que hace las funciones de campo de fútbol y de plaza del pueblo. Nos recibe Tabita, mujer de 32 años con 5 hijos, 4 mujeres y un varón. La acompañamos ladera arriba hasta su casa, y desde lo alto nos señala cuáles son los estragos que las crecidas del río produce en la comunidad. “Ahora sucede más que nunca. Cuando llueve el río crece y nuestra comunidad queda toda inundada. Hay dos quebradas que se desbordan y el agua nos rodea aislándonos por completo. A veces incluso se han llegado a inundar las piscifactorías que tenemos ladera arriba. Y por supuesto el puerto que conecta con el río se malogra por completo y no podemos salir. Hemos perdido ya más de 30 metros de playa”. Agacha la vista resignada, “nadie viene a ayudarnos, es como si no existiéramos”.

 Apartando a las gallinas con la escoba, Tabita limpia el exterior de su casa para después llevarnos a conocer a un vecino de más edad, Adolfo Samduce, de 62 años. Tiene una casa cercada con tablones de madera y un gran patio trasero lleno de ropa tendida y pollos picoteando por el suelo. Nos habla de los desastres que tanto preocupan a todo el pueblo awajún que vive, como ellos, en las orillas del río Marañón.

“Hay una necesidad muy urgente. No tendremos donde ubicarnos si las crecidas siguen dañando el puerto y las inundaciones continúan. No podemos combatir colocando sacos de arena, eso ya no es suficiente. Necesitamos ayuda de los gobiernos, porque si no, estamos destinados a desaparecer.”, se lamenta Adolfo. “Como anciano conozco bien la realidad. Ahora empieza la campaña de crecida del río y volveremos a quedar encerrados por el desbordamiento de las quebradas que nos rodean. Eso implica que volveremos a perder cultivos, animales, piscifactorías. Ahora las crecidas son mucho mayores que antiguamente, antes esto no pasaba nunca. El río crece hasta tal punto que no podemos cruzarlo, nos quedamos incomunicados y no podemos ir ni siquiera a un centro de salud. Han sido muchas las emergencias que no se han podido atender. Incluso mujeres han muerto dando a luz por no tener una atención adecuada.”

 

En la misma comunidad de Nueva Salem se encuentra Frank Pupa, de 38 años. Es juez de investigación especial de Yamayaka y además es “kakajam” del gobierno territorial autónomo awajún, una figura que sirve de nexo con el estado para hacer de guía en el diálogo con el pueblo awajún. “Muchos no entienden la realidad que afecta a la convivencia de las comunidades awajún. Estamos en la región Amazonas y el acceso sólo es posible mediante barcazas. Uno de los problemas que tenemos es el riesgo que entrañan las lluvias, producen inundaciones que duran hasta tres meses en toda la parte baja de la comunidad y afecta a toda la población a nivel salud, agricultura y educación. Es completamente imposible tener medios para subsistir”.

Además del aumento de lluvia, los problemas con el petróleo. “A esto hay que sumar los derrames de petróleo que se agravan con las inundaciones, produciendo desastres medioambientales y contaminando las aguas. El río es el eje de vida del pueblo awajún, es donde navegamos, donde nos bañamos y donde pescamos. Con los ríos contaminados y desbordados no podemos vivir.”

 

 Franck es una de las personas que sirven de nexo con el gobierno y con algunas de las pocas ONGs que colaboran en la zona, como es el caso de Acción Contra el Hambre, quienes han puesto en marcha un proyecto de Respuesta Rápida Indígena con 19 comunidades, para poder prevenir riesgos de desastres naturales y crear planes de prevención que alivien el impacto.

 

En Bagua está la comunidad de Nazaret, donde los derrames de petróleo que tuvieron lugar en el año 2016 fueron más evidentes y donde aún padecen sus consecuencias. Teresa Cuñachi es una de las vecinas de la comunidad. “El derrame de 2016 no solo afectó a la comunidad de Nazaret, sino también a todas las comunidades a orillas del río Chiriaco y Marañón. Todos estamos afectados, niños, adultos, animales… ya no conseguimos productos como antes y lo poco que se produce no está en buen estado, es imposible cocinarlo de forma sana, es todo insalubre”. Comenta Teresa mientras nos da a probar un pescado que acaba de cocinar una de sus vecinas.

“Aquí todas las familias se dedican a la venta de yuca y de plátano, pero la producción ha bajado drásticamente. Están apareciendo niños con leucemia y otras enfermedades que no sabemos cómo tratar. Estamos cansados de exigir a las entidades públicas que nos apoyen para buscar soluciones o al menos que nos den una atención médica”, cuenta Teresa totalmente desesperanzada. Mientras hablamos con ella algunas mujeres regresan de las chacras cargadas de yuca con sacos a la espalda atados en la frente. Regresan a sus casas y se apresuran en dar de comer a los animales que normalmente guardan en los patios tras las casas.

 

A pocos kilómetros de Nazaret se encuentra la comunidad de Umukai, donde el Pamuk Walter Eusebio, de 53 años, vuelve a hablarnos de la catástrofe que suponen los derrames de petróleo. “El gran derrame de petróleo fue el 25 de enero de 2016. Llevamos 7 años de demandas a Petroperú, que es una empresa estatal, pero nada. En el mismo año 2016 vinieron médicos de Canadá que encontraron enfermedades relacionadas con el derrame en los 25 niños que examinaron, pero ni así nos hicieron caso. Años más tarde, en 2019, el gobierno peruano envió 12 médicos que ni siquiera nos atendieron. Hicieron algunas encuestas y solo nos dieron paracetamol. Estamos constantemente luchando y yendo a reuniones, haciendo peticiones, pero no conseguimos nada. La corrupción es enorme, cambian los ministerios, es realmente complicado, pero no vamos a desistir. Yo soy representante de 4 comunidades y mi responsabilidad es no cesar en el intento”.

 

Walter es enérgico y está convencido de que acabará ganando esta batalla. Nos lleva a uno de los lugares donde el oleoducto se quebró y nos cuenta con evidente enfado. “Las autoridades tras el derrame tomaron la decisión de crear un pozo para enterrar el espeso de petróleo. Hundieron el pozo con química bajo la tierra y desde entonces, cada vez que hay crecidas con las lluvias, el petróleo vuelve a salir a la superficie. Remueves con un palo y se ve perfectamente el aceite brotando”. Insiste en las consecuencias que se repiten en las comunidades diseminadas por las orillas de los ríos. “Las gentes que viven en las orillas del río Chiriaco y Marañón se bañan, beben y siempre hay casos con ronchas, picores o alergias. Cuando van al ambulatorio, allí no quieren saber nada del petróleo. Y cuando les presentamos documentos y pruebas nos dicen que son cosas de la naturaleza. Es agotador, pero no podemos dejar de luchar por la salud de nuestro pueblo”.

 

El pueblo awajún es combativo, pero está agotado de sentirse ignorado. Los derrames de petróleo, los desastres provocados por el cambio climático, la deforestación descontrolada, la minería ilegal o el narcotráfico son los causantes de que esté pueblo indígena esté perdiendo el control sobre su ecosistema y esté poniendo en peligro la supervivencia de su identidad.

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