Acción contra el Hambre promueve espacios amigables que recuperan la niñez y contribuyen a un desarrollo integral de niños y niñas venezolanos.
María Paz Gonzales
LA MIGRACIÓN FORZOSA
Cuando los derechos más básicos son vulnerados y la vida de las personas está en peligro, abandonar el país es quizá no una opción, sino más bien una necesidad. La cifra de 4.199.590 representa la cantidad de venezolanos y venezolanas en situación de migrantes, refugiados o solicitantes de asilo hasta el 20191. Después de Colombia, Perú es el segundo destino con mayor número de acogida de esta población. Según la Super Intendencia Nacional de Migraciones en el Perú, a julio del año pasado se encuentran 854,000 migrantes en Lima y el interior.
Para quienes han dejado su tierra, migrar significa la esperanza de encontrar mejores oportunidades frente a una realidad adversa. Sin embargo, en ese camino que parece augurar un futuro más próspero, también se destapan muchas carencias propias de un proceso cargado de secuelas emocionales. Más aún, en aquellos que transitan en periodos de vida de mayor vulnerabilidad, como es el caso de la niñez y la adolescencia.
En este contexto, el programa Unidos de Acción Contra el Hambre propone “Espacios amigables para la infancia”. El propósito es que tanto niños y niñas que tuvieron que interrumpir su niñez por el proceso migratorio de sus familias, puedan recobrar la normalidad de una infancia. Incluso cuando ésta ya ha sido severamente dañada, es un derecho que merecen recuperar y sanar.
Los albergues priorizados para este proyecto son: Ministerio del amor, Albergue Sin Fronteras, Casa Huasi Amachana Local 1 los lirios, Casa Huachi Amachana local 2 Moises; y el Centro Pastoral San José.
NO SE TRATA DE UNA ESCUELA
Luisa Luque es maestra hace veinte años. Ha pasado por varias aulas y conoce el trabajo con niños y niñas en condiciones de vulnerabilidad, lo vivió en Venezuela. Yo atendía un espacio con niños donde el nivel de aprendizaje estaba por debajo de lo normal. No eran niños con habilidades especiales, sino en situación de abandono, de abuso sexual, pero que estaban dentro del colegio, aclara Luisa.
Hoy no está empezando una jornada para dictar clase en un salón, está frente a veinticinco niños y niñas entre dos y doce años que necesitan de su completa atención para aprender a crecer. Todos y todas, juntos y al mismo tiempo.
El espacio abrió sus puertas y solo se habían ocupado diez cupos. Las familias refugiadas en el albergue que salían a trabajar o buscar empleo eran las únicas que solicitaban este servicio, usualmente confundiéndolo con un nido o cuna. No tardó mucho tiempo para que el número fuese incrementando a pasos agigantados por la frecuente visita de venezolanos y venezolanas, quienes realizan trámites relacionados su documentación en el albergue.
Aquí no se brinda una educación escolar, el propósito es fortalecer conductas positivas que contribuyan al desarrollo de una infancia en los roles que esta implica. Uno siempre hace las actividades de manera que ellos sientan que están jugando, que están aprendiendo, porque esto no es una escuela, esto como nosotros le llamamos es un espacio amigable que estamos compartiendo, es muy distinto, explica Luisa.
UN ESPACIO PARA CRECER
El día empieza con el refrigerio de la mañana, no sin antes una oración de agradecimiento que Luisa dice en voz alta y muy despacito para que puedan repetirla. Con las manos limpias y ya ubicados en sus sitios, se sirven galletas, fruta y un vaso de leche. Casi todos terminan o piden repetición, en especial, los más pequeños.
A diario se reparten refrigerios y almuerzos; son tres comidas en total. Además de favorecer a la restitución y continuidad de niños, niñas y adolescentes refugiados, uno de los propósitos de los espacios amigables es prevenir la desnutrición y la mortalidad causadas por prácticas inadecuadas de alimentación.
Hay niños que en la mañana tienen mucha hambre, yo les pregunto “¿No desayunaron?” porque eso no es una merienda, es un refrigerio, y a veces lo último que comen es lo que se les da aquí, hasta el siguiente día que vienen. Entonces, lo que trato es que de lo que queda, yo les voy dando para que lleven.
Para muchas padres y madres, el sustento de hoy y mañana es incierto. La informalidad es un azar que puede jugar a favor o en contra, pero finalmente un recurso hasta que logren regularizar su estatus. Esto es una ayuda para ellos, dice Luisa. Los papás por lo menos saben que su niño va a comer. Aquí están cuidados y tienen la comida.
DAR Y RECIBIR
El primer hogar para quienes llegan desde Venezuela son los albergues. Aquí se les brinda comida y techo de manera temporal hasta que logren establecerse, esto significa conseguir un espacio y un ingreso económico que les permita independizarse casi completamente de la asistencia humanitaria. El tiempo máximo solía ser quince días, pero no todas las familias logran conseguir empleo en este lapso. Hoy, algunos albergues pueden esperar hasta un mes.
En el proceso de buscar estabilidad, Yaneila Otamendi encontró una oportunidad para contribuir. Ella es oncóloga, vive cerca del albergue con su esposo y sus dos hijos. Él fue el primero en conseguir empleo, mientras tanto ella se encargaba de cuidar a los niños, hasta que pudo conseguir un trabajo de pocas horas a la semana. Buscando un lugar para recibir apoyo, no solo encontró el albergue San José, sino un impulso de compartir el amor que a muchos niños y niñas les faltaba.
Luego del refrigerio, se trabaja en tres grupos. Los más pequeños pasan a completo cuidado de Luisa, los de tres a cinco años quedan a cargo de Yaneila y la auxiliar, y los más grandes atienden las tareas que se les da con mucha más concentración, casi de manera independiente y sumergidos en completo silencio. Sin embargo, han destinado generosamente un poquito de su atención a los más pequeños, para poder advertir sobre una posible travesura.
Son los aliados de Luisa, quien nunca deja de estar atenta a cualquier necesidad que bruscamente se interponga en la rutina (peleas, travesuras o accidentes), por momentos pareciera que saltara de un lado a otro en menos de lo que cae un biberón al piso.
La energía de las mañanas se aprovecha para realizar actividades cognitivas. Una hora antes del almuerzo, cuando el sol del mediodía empieza a llamar insistentemente a través de las ventanas, Luisa sale con todos al jardín. Este es el espacio para interactuar, ser creativos y escaparse con una pelota si nadie te pilla.
ALIMENTANDO HÁBITOS
No todos viven la misma experiencia con la comida, algunos están descubriendo sabores y otros la función de los cubiertos. Tal como sucede en el desayuno, la mayoría recibe el almuerzo y no deja rastro o de lo que hubo en el plato. ¿Repetición? por qué no.
Luisa dirige la dinámica de la mesa procurando que todos coman sin perder la concentración. Con una mano mezcla las lentejas y el arroz, y con la otra sostiene a Adela que acaba de cumplir el año de edad. Hace unos meses, la bebé no probaba nada que no fuese la leche del tetero. Hoy, espera el viaje de la cuchara con la boca abierta. Luisa sonríe cada vez que Adela prueba un bocado, ella le llama pequeños logros.
Algunos están anémicos porque no consumen la proteína. Hay muchos niños que no están acostumbrados a comer, me dicen “no maestra no puedo comer más, estoy tan acostumbrado a pasar hambre que con este poquito me lleno”. Ahora he visto que el apetito se les ha abierto, ¡ya mucho! Ahora me piden, ahora están mucho más activos, se les ve el cambio.
UN CAMINO PARA LA INFANCIA
Después del almuerzo, llega la hora de la siesta. Este es el momento ideal para aprovechar en adelantar parte de la limpieza y dejar todo el ambiente listo antes que las energías se renueven; es como si el día empezara otra vez, cuenta Luisa. La tarde se disfruta con juegos, música y un refrigerio para marcharse con el corazón contento y la barriga llena.
A la actualidad son 152 niños y niñas los que han podido acceder a los espacios amigables habilitados en los albergues. La mayoría ya no vive en uno, esto se podría interpretar como una relativa independencia en la familia, aunque aún – en muchos casos – con varias premuras e inestabilidad económica.
El imaginario de una educación regular sigue siendo muy pequeño, solo el 25% de participantes en los espacios amigables asiste a una escuela. Si bien este proyecto no es un remplazo de la educación que necesitan y merecen, contribuye a generar herramientas que les permita incorporarse con mayor facilidad no solo a un salón de clase, sino que puedan retomar el desarrollo integral de su niñez.