SARA MUERZA, EUAV Programme
A Victoria Gómez se le ilumina el rostro cuando habla de su presente. “Lo más importante es el amor y el cariño que uno puede darle a los demás, es el trabajo, la solidaridad que puedes entregar a las personas que más lo necesitan”. Atrás dejó un pasado al que le cuesta volver sin que rompa a llorar. Llegó a Perú hace cuatro años junto a su hermana y sobrino de su Venezuela natal en un viaje en el que el miedo y la inseguridad se entrelazaban con la esperanza. “Era horrible ver a mis papás que dejaban de comer por darnos la comida a mi hermana o a mí. No alcanzaba el dinero para mantenernos, eso es lo que nos llevó a salir del país”, explica.
Ella forma parte de un equipo compuesto por psicólogas y animadoras educativas que brindan atención a niños, niñas y adolescentes de familias refugiadas y migrantes para que puedan recobrar la normalidad de una infancia, en la mayoría de los casos rota por el proceso migratorio. Trabaja en Lazos Fraternos, uno de los Espacios Amigables gestionados por Acción contra el Hambre con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ubicado en el Cercado de Lima.
Según la ubicación de cada Espacio Amigable, el rango de edad es distinto. En Lazos Fraternos, trabajan con once niños de hasta ocho años, pero en años anteriores han tenido adolescentes de dieciséis años que ya eran madres. De lunes a viernes, mediante sesiones que favorecen la integración y el desarrollo a nivel psicomotor, cognitivo y socioemocional, ofrecen apoyo a infantes en materia educativa, psicológica, juegos recreativos y formación de valores.
Cada vez que Gómez habla se percibe una sensibilidad a flor de piel. “Lo más bonito de los Espacios Amigables son los niños, son la vida. Que ellos tengan un espacio donde se hagan respetar, donde tengan derecho a jugar, a aprender, a ser reconocidos, a no ser vulnerados y que ellos mismos nos digan que les gusta venir, nos hace sentir que algo estamos haciendo bien”.
El proyecto actual tiene cuatro Espacios Amigables en los distritos de Ate, Cercado de Lima y San Martin de Porres. Sólo este año 243 niños, niñas y adolescentes se han beneficiado de un programa que además de brindarles acompañamiento, fortalece las capacidades de las familias como la búsqueda de empleo y la regularización de documentos y les permite salir a trabajar sin la compañía de sus hijos e hijas. Por otro lado, una vez al mes se organizan actividades para los padres y madres con la psicóloga del espacio, y a aquellos que necesitan un apoyo más específico para lograr una crianza respetuosa se les da una atención adicional.
Trabajar con una población tan vulnerable, traumatizada y en numerosas ocasiones víctima de la violencia no es fácil. “Vemos muchos niños maltratados, que no los valoran, que no les dan el tiempo y la atención que necesitan. Hay niños que cuando están en el espacio están felices, pero cuando salen su rostro cambia totalmente”, cuenta. Conscientes de la vulnerabilidad y de la delicada situación a la que se enfrentan, cuando sospechan que un niño es víctima de maltrato dan alerta a las psicólogas para que se puedan tomar medidas.
A las ocho de la mañana comienza la rutina de trabajo para Gómez, media hora antes de que los niños y las niñas lleguen, jornada que se alarga hasta las cuatro de la tarde. El día comienza jugando y después se da paso a una actividad socioemocional que puede ser una discusión socializada, una obra de títeres o un conversatorio, entre otras cosas. Le sigue una actividad de estimulación cognitiva que busca estimular capacidades como la atención, la concentración, la memoria o la creatividad. Después de comer algo, retoman el juego y hacen una actividad psicomotora hasta que llega la hora del almuerzo. Antes de que su mamá o papá los hayan recogido, los pequeños también habrán dormido y merendado.
Tras tres años de trabajar con población vulnerable, explica ilusionada que su pasión por ayudar a los demás no ha cesado. “Ver que hay tantos niños con falta de afecto y amor que se sienten cómodos, sonríen, que pueden hablar y no ser juzgados, eso es lo que me hace quedarme y venir todos los días”.
Sus palabras transmiten las infinitas ganas que tiene por continuar protegiendo y apostando por los derechos de la infancia. “Me encantaría que les pueda tender la mano, que les pueda ayudar a mejorar y que pueda ayudar a sus padres a superarse y a ser un ejemplo para que esos niños cuando crezcan y formen su familia quieran parecerse a sus padres”, concluye.